Fue un atardecer de verano, era Benicassim. FIB había conseguido juntar en un mismo festival a Enrique Morente y a Leonard Cohen aunque nunca llegó a suceder el encuentro sobre el escenario. Era domingo. Atardecía. Miles de personas asistían al que seguro ha sido el concierto más más asombroso de sus vidas porque pese al calor, nadie se movía ante la susurrante voz de un Leonard Cohen que en un momento dado, ante la puesta de sol, cogió una copa de vino tinto, alzo su mano, y brindó… Hubo silencio. Fueron unos segundos. Pero qué segundos… Luego aplausos, sinceros, salidos del alma. Es la estampa más elegante que recordaremos nunca sobre un escenario, la figura de Cohen, la copa de vino, el sol escondiéndose… Hoy Leonard Cohen se ha ido, como tantos últimamente. Y la pena que nos embarga solo nos hace querer alzar una copa a este amanecer. Pero no. Ese tipo de gestos solo se pueden hacer si tienes la clase de Leonard. Gracias maestro… El siguiente brindis es por ti.