Este fin de semana, Corrientes Circulares estuvo en Madrid viendo el musical “Más de 100 mentiras”, basado en canciones de Joaquín Sabina, y hay bastantes cosas que comentar.
Para empezar hay que decir que a cualquier fan de Sabina le faltarán dos o tres canciones de las que considere “sus preferidas”, porque el musical, aunque dura casi tres horas, no puede abarcar toda la discografía del cantante de Úbeda. Es difícil hacer una crítica del musical sin hacer spoiler del mimso, pero lo intentaré.
Nos encontramos ante un musical relativamente sencillo en cuanto a puesta en escena e historia. No se trata de una escenografía compleja, pero sí que le saca mucho partido Ricardo Sánchez Cuerda, un profesional de extensa carrera en nuestro teatro, que demuestra, con escenarios como ese sórdido callejón oxidado, que no es necesario mostrar un todo para crear un ambiente teatralmente correcto y efectivo. No se trata de un guión complejo, y aquí puede que resida el punto flaco de la obra, falto de la tragedia característica de las canciones de Sabina. Previsible y en ocasiones sensiblero, ha primado la elección de una historia que pueda ser asumida por todo el público, sabinista o no, mayor o joven, sin caer en los excesos que suele proponer el autor en sus canciones, al menos en lo que respecta al fondo, pues en las formas aparecen todos los iconos más reconocibles como el whisky, el humo, las prostitutas, la drogas…, en definitiva, el ambiente de barrio bajo y suburbial que suele aparecer reflejado en las historias marginales de Sabina.
En el apartado musical, propiamente dicho, nos encontramos ante 22 canciones de Sabina, elegidas con la colaboración de Pancho Varona, y adaptadas con su ayuda y consentimiento, lo que da un alivio a todos los fans de Joaquín, pues el marchamo de Varona asegura que no se hayan “destrozado” mucho los temas. Sin embargo, personalmente creo que se han hecho algunas licencias que deforman el espíritu de muchas de las canciones, como la versión de “El hombre del traje gris” o el medley de final del primer acto donde se entremezclan “Calle melancolía”, “Contigo”, “Y sin embargo” y “Más de 100 mentiras”, gastando de manera inapropiada y forzada algunas de las canciones más sugerentes de Sabina, que sin duda podrían haberse encajado en momentos más importantes, dando relevancia a estos temas. El medley de comienzo del segundo acto es enérgico y sirve para encajar otro de los grandes temas de Sabina, “Princesa”, en medio de otras canciones menos conocidas como “Tiramisú de limón” o “Llueve sobre mojado”. Otro tema desaprovechado este de “Princesa”, tan apropiado para el mundo de los bajos fondos que describe la obra.
Otros tremas están perfectamente adaptados, como “Una canción para la Magdalena”, cantado por Juan Carlos Martín, con un tono casi infantil, y que contrasta con el momento escénico que se está fraguando en ese instante. o una divertidísima versión de “Yo quiero ser una chica Almodóvar” con algunas de las bailarinas disfrazadas con pelucas y gafas imposibles, entre Jackie Kennedy y Chus Lampreave (delicia de momento.)
De entre todos los papales, hay que destacar el de Víctor Massán, que lleva el peso del hilo conductor de la obra entre sonetos de Sabina y una figura cercana al Maestro de Ceremonias de Cabaret, papel que ya interpretara en la versión española de ese musical. Es sin duda uno de los punto fuertes de la obra, junto al magnífico cuerpo de baile, del que el propio Sabina ha dicho que por ellas se iba a abonar 500 noches a la primera fila (y yo secundo esa moción) Del resto de personajes principales, Juan Carlos Martín como Ocaña y Guadalupe Lancho como Magdalena, son de lo mejorcito que se puede encontrar. Superan la corrección necesaria de sus papeles y llegan a demostrar pasión en muchos momentos, desbordando al resto de protagonistas que en algunos momentos se ven eclipsados por ellos.
El aspecto cómico del musical no llega a estar del todo cubierto por los personajes que se presuponen que deben de cargar con este peso de la obra, lo que puede hacer menos “digerible” la trama para el público. Por suerte, alguna de las escenas cómicas, o el mismo personaje de Ocaña, que llena de ternura e ingenuidad muchos de sus actos, soportan el lado más amable de la historia, y es fácil que el público simpatice con estos caracteres.
En resumen, hay que destacar de la obra la puesta en escena, la elección, en algunos casos desafortunada y en otras muy acertada, de los temas, a tres de sus protagonistas y a un excelente cuerpo de baile que además de cantar e interpretar, supone el sustento para esta obra que no deja imapasible a nadie.
Si alguien cree que va a encontrar las canciones de Sabina trasladadas al lenguaje de un musical, anda equivocado, pues es imposible poder llevar a cabo esa tarea sin estrellarse y sin que se pierda la esencia de las mismas. Si alguien cree que va a ver un musical espectacular para salir con la boca abierta, también anda equivocado de espectáculo. Pero si el espectador, sabinista o no, se libra de perjuicios y prejuicios antes de entrar al patio de butacas, abre sus sentidos a un universo que pretende ser oscuro y pendenciero, aunque no sea tan canalla como siempre hemos deseado y creido a los personajes de Sabina, y sobre todo, deja cantar y contar a los actores una historia de amor, traición y pasión, podrá disfrutar de casi tres horas de buenas actuaciones, bien cantadas y excelentemente ambientadas. Una buena ocasión para disfrutar del teatro musical, con canciones que conocemos de sobra, por haberlas oido en alguna ocasión, o simplemente porque forman parte de eso que podemos considerar “la banda sonora de nuestras vidas.”
Amen…tal cual davilico, no se puede explicar mejor. Te falta comentar a Manitas, je,je. Un abrazo.